Minas de uranio, un “cáncer” para los indígenas de EE.UU.
A la Nación Diné o Navaja, una de las comunidades indígenas de EE.UU. que habitan la región de Blackmesa, en el estado de Arizona, el concepto de “civilización” les recuerda más la ruina que el progreso. Hace 50 años, en esta zona se descubrieron yacimientos de uranio, mineral que se explotó hasta agotar las vetas. Una vez concluidas estas operaciones, las empresas se retiraron, dejando un legado de contaminación y enfermedad.
“Todo se ha perdido. Esta era una tierra donde podíamos criar cabras y sembrar, pero el Gobierno y la gente codiciosa de afuera vinieron, explotaron los minerales, dejaron el suelo y el agua contaminados y se llevaron todo, dejándonos el desierto, la miseria y la enfermedad. Veo la tierra morir lentamente”,dice Elsee Tohomie, una anciana de la Nación Navaja.
Algunos kilómetros más al norte, Rolanda, residente navaja de Blackmesa, muestra una fotografía de su juventud. Y aunque esta mujer diné aún no ha cumplido los 40 años, el cáncer, los derrames cerebrales y otros problemas de salud la han dejado postrada y dependiente de píldoras y tratamientos. Ella considera que la presencia de uranio en el pozo que está ubicado en las cercanías de su hogar, tiene mucho que ver con su situación actual.
“Me gustaría obligarles a los funcionarios del Gobierno a beber el agua contaminada con uranio. Me gustaría ver sus rostros, sintiendo el sabor amargo de su codicia y falta de respeto por la vida. No queda nada después de mí, mis tres hijos están casi tan enfermos como yo. Hace varios años yo fui quien les dijo sobre el agua. Nadie hizo caso y, así, uno a uno nos fuimos enfermando y muriendo”.
Rolanda y los demás no podían abandonar la región: el acta denominada “Bennett Freeze”, de 1966, limitaba el movimiento de los habitantes de la reserva navaja hacia otras áreas fuera de la región de Blackmesa.
Bajo la justificación de mediar en una disputa territorial entre las naciones indígenas navaja y hopi, la normativa “Bennett Freeze” hacía ilegal cualquier desarrollo urbano en la zona, pues la misma pasaba a tener estatus federal, y permitía licitaciones gubernamentales para explotar los recursos minerales. En ese período, miles de miembros de la Nación Diné quedaron limitados a vivir durante 40 años en tierras y hogares vulnerables a la contaminación y al deterioro paulatino.
Hasta hace poco, más de 200 mil personas dependían de pozos y cisternas. Hay estudios que revelan la toxicidad de estas aguas y los casos de cáncer continúan causando numerosas víctimas e incertidumbre entre los pobladores de esta comunidad.
En el curso de su administración, el presidente Barack Obama levantó las restricciones impuestas por la ley “Bennett Freeze” y expresó su voluntad de incluir a los indígenas en su agenda gubernamental.
“Durante mi campaña he prometido que los indígenas estadounidenses no serán olvidados, ni abandonados. Ellos serán parte de mi administración y trabajaremos juntos para hacer los cambios necesarios con miras al futuro.”
A pesar de esto, para los activistas navajos persiste la necesidad de detener el avance de la contaminación en la zona de Blackmesa. Asimismo, esperan el cumplimiento de las promesas presidenciales en otros ámbitos como la educación, la construcción de caminos y el desarrollo económico.
“Las comunidades todavía sufren los efectos del uranio y otros metales; no hay carreteras, no hay educación y tampoco oportunidades para los jóvenes. ¿Cómo se supone que vivamos así? ¿Cuánto más tendremos que esperar?”,cuestiona Raymond “Don” Yellowman, líder y activista nee-navajo.
Algunos integrantes de la Nación Navaja que ya no se ven limitados por la legislación “Beneth Freeze” han empezado a abandonar Blackmesa. Este éxodo, a su vez, los aleja de sus comunidades y cultura, enfrentándolos a una realidad de exclusión en otros contextos sociales. De ahí la urgencia de acciones, no de palabras.
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