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domingo, 17 de enero de 2010

Si alguna maldición ha caído sobre el pueblo haitiano es precisamente la del intervencionismo de Estados Unidos....

Haití: desastre natural sobre la infamia de la historia

Guillermo Fernández Ampié*

Ciudadanos de Puerto Príncipe caminan por una de las calles destruidas por el terremoto grado 7 en la escala de Richter del martes

La última tragedia que azota Haití ha atraído los focos de las empresas internacionales comercializadoras de noticias que no se cansan de repetir cuán pobre, qué falta de infraestructuras y servicios resulta la sociedad haitiana. El periódico español El País reseña la crueldad de la historia de esa nación caribeña: crisis gubernamentales arbitradas a machetazos, pobreza, hambre y migraciones masivas. Otro análisis de la agencia Ap cita a algunos expertos que explican la desgracia por la conjugación de una serie de factores asesinos: geografía, problemas sociales, chapuceros estándares en la construcción de edificios y mala suerte. De remate, el predicador estadunidense y alguna vez precandidato presidencial republicano Pat Robertson afirma que existe una maldición sobre el pueblo haitiano porque éste habría hecho un pacto con el demonio para destruir la esclavitud e independizarse del yugo francés.

De lo que se cuidan de hablar estos medios y sus fuentes expertas, o que apenas aluden, es de la responsabilidad de Estados Unidos y Europa en la postración de Haití. Si algo ilustra la crueldad en la historia haitiana es precisamente la continua agresión de la que ha sido objeto el país (registrada por Gregorio Selser en su monumental obra sobre las intervenciones extranjeras en América Latina). Vale la pena recordar, aunque sea de forma sucinta, algunos de estos otros factores asesinos que han contribuido a la pobreza endémica de los haitianos.
En primer lugar mencionemos la exigencia de Francia, en 1838, para que Haití pagara 90 millones de francos de la época, para indemnizar los dueños de esclavos y plantaciones, y como condición ineludible para reconocer al país como nación independiente (cifra abonada religiosamente por los haitianos hasta ser cancelada en 1883).
Otro es el incidente Lüders, que más bien pareciera un cuento del realismo mágico. La historia va así: En 1897, unos policías haitianos quisieron detener a un individuo a quien su anterior patrón acusó de un robo menor. El nuevo empleador del acusado, el comerciante Emile Lüders, trató de impedir utilizando bastonazos que se ejecutara la orden judicial. Lüders era hijo de madre haitiana y de padre alemán, y detentaba la ciudadanía haitiana. Con su actitud violó las leyes haitianas, fue juzgado y condenado a un año de prisión. Apeló entonces a su ascendencia alemana, y fue liberado poco después gracias a las gestiones de un diplomático de Estados Unidos. Lüders se trasladó a Alemania donde gestionó represalias contra Haítí. El káiser, ni corto ni perezoso, envió varias naves de guerra y un ultimátum para los haitianos: la entrega de 20 mil dólares como indemnización para Lüders, además de ofrecer disculpas al representante alemán y saludar con 21 cañonazos la bandera de Alemania. De no cumplirse la demanda, Puerto Príncipe sería arrasada por las cañoneras alemanas. El gobierno haitiano se vio obligado a ceder al chantaje.
Un tercer elemento es el de la invasión militar estadunidense que engendró la dictadura de Francois Duvalier, Papá Doc, y de su hijo Jean-Claude, el igualmente corrupto y asesino Baby Doc. Estos siniestros personajes duraron tanto en el poder gracias a la alimentación recibida por el cordón umbilical de la complicidad americana.
Hechos más contemporáneos también merecen mención. Entre ellos el ascenso y la caída de Jean Bertrand Aristide, a quien El País identifica como el cura populista que nunca pudo o supo erradicar las causas de la postración haitiana (como si un solo hombre pudiera transformar, en algunos meses de gobierno, las secuelas de un sistema que tiene siglos de castigar a los haitianos). Aristide fue derrocado con la complicidad estadunidense, y restituido en el poder tras comprometerse a aplicar unas políticas neoliberales que desangraron todavía más a una población hundida ya en la miseria. Bill Clinton, hoy irónicamente nombrado enviado especial de Naciones Unidas para Haití, era entonces el presidente estadunidense cuando esto ocurrió.
Como podemos ver, una de las principales claves para entender la tragedia haitiana está en lo que menciona, casi sin querer, el periódico español: el protectorado que de hecho ejerce la Casa Blanca sobre Haití desde 1915. Si alguna maldición ha caído sobre el pueblo haitiano es precisamente la del intervencionismo de Estados Unidos; una maldición que al parecer continúa hasta el día de hoy, cuando todo indica que el gobierno de Estados Unidos toma la nueva tragedia como un pretexto para ocupar militarmente, una vez más, a tan desdichada nación.
* Periodista, ex editor de la revista Barricada Internacional.

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