28/03/11
Un reactor nuclear produce energía eléctrica limpia y no empeora el calentamiento terrestre, porque no usa combustible fósil alguno (petróleo ni carbón). Tampoco atenta contra los ecosistemas porque no precisa de embalses de agua para turbinas; menos quema madera. ¿Dónde se encuentra el peligro? De un lado se trata de su estructura; cualquier reactor nuclear constituye una auténtica bomba de tiempo. De otro lado, su basura es el segundo peligro. Ha llegado la hora que el grueso de la humanidad haga sentir su voz unánime de protesta e imponga el: No, a las plantas nucleares, contra el audaz orden establecido, donde primero son los negocios.
Los recientes sucesos de Japón constituyen un doloroso como triste respaldo a la firme posición del clamor ecologista: los reactores nucleares son un grave peligro contra la humanidad. Y no se trata sólo de un riesgo, sino de toda una trama engañosa que apareja –como costo– una cuenta cualitativamente truculenta, gracias a las travesuras de la economía contra el medioambiente.
No cabe duda que un reactor nuclear produce energía eléctrica limpia, como pura y no empeora el calentamiento terrestre, porque no usa combustible fósil alguno (petróleo ni carbón). Tampoco atenta contra los ecosistemas porque no precisa de embalses de agua para turbinas; menos quema madera.
Si la energía que se genera en las plantas nucleares es limpia, ¿dónde se encuentra el peligro?
De un lado se trata de su estructura; cualquier reactor nuclear constituye una auténtica bomba de tiempo. De otro lado, su basura es el segundo peligro. Por razones de método se comienza con este último.
¿Qué es la basura nuclear y dónde se encuentra su acción destructora de la vida?
Constituye basura nuclear todo resto de mineral radiactivo empleado en su producción. Este material, al resultar ya inservible para el proceso de elaboración de energía eléctrica, debe ser desechado por haber agotado su potencialidad. Empero, la denominada “ceniza nuclear” –como así lo anota la ciencia– continúa emitiendo radioactividad, situación que dura más de cien años. Merece, por tanto, un proceso de extraordinaria atención para ser descartada lo más lejos posible de la presencia humana.
¿Qué hacen aquellas empresas con la basura que producen?
Hasta hace una veintena de años, cuando había aún pocas plantas generadoras, las empresas contrataban y pagaban transportadoras para que hagan desaparecer su ceniza, acumulada en inmensos volúmenes y miles de toneladas de peso. Aquél negocio resultó fabuloso para empresarios sin escrúpulos de embarcaciones marítimas, porque disponían el envío de tan estratégica carga para ser depositada en países del Tercer Mundo, así sea sobornando autoridades. Se hacía creer a ingenuas poblaciones que aquellas cenizas eran fertilizantes, útiles para la agricultura; también que se trataba de material especial para construcción y relleno de carreteras.
Ante las advertencias permanentes de las entidades ecologistas internacionales como Greenpeace, que controlaban el caso, efectuaban seguimiento y brindaban información al Tercer Mundo, las comunidades locales comenzaron a reaccionar airadamente. Sus protestas se hacían efectivas con manifestaciones masivas que no dejaban de agravarse por ejercer violencia para ser escuchados por las autoridades.
Para que nadie sostenga que lo anterior sea una mentira, van dos hechos como prueba. El barco “Khian Sea”, con 14.000 toneladas de ceniza tóxica salió de Filadelfia, PA, USA, dando vueltas por el mundo, donde era impacientemente esperado por airadas masas humanas preparadas. De Bahamas, pasó a República Dominicana, Honduras, Bermuda, Guinea Bissau y Antillas Holandesas. En Haití descargó 4.000 toneladas con permiso del dictador Jean Claude Duvalier; empero, al darse cuenta los haitianos, de aquella barbaridad, hubieron de reaccionar como la situación merecía. Sin embargo, y aprovechando la noche, el barco escapó del lugar dejando su presente en plena playa.
Finalmente, y al darse cuenta el tiempo transcurría, aunque nadie aceptaba tan generosas ofertas, el capitán dispuso sea vertida su carga en el Océano Índico. Otra embarcación, de origen caribeño, denominada: "MV Ulla", esta vez con cenizas de España, se hundió en el golfo de Iskenderun, en el mar Mediterráneo, al sur de Turquía el día 7 de septiembre de 2004.
No es exageración sostener que ya puede explicarse, ahora, porque el mar nos brinda peligrosas como nuevas especies, genéticamente degeneradas.
Quede muy claro que al día de hoy las plantas nucleares han proliferado excesivamente en el Primer Mundo, al extremo de que los EE.UU. tienen 102, Francia 76 y Japón 74. Es claro apercibirse que, ante semejante incremento de reactores, la basura nuclear ha aumentado y seguirá creciendo en grado ascendiente, multiplicando su potencialidad atentatoria.
Ante la conciencia activa y reacción efectiva de las comunidades locales, como del consenso internacional adverso, las empresas decidieron cambio de estrategia. Ahora guardan su basura en porciones –cual cadáveres semi vivos– encerrados en verdaderos sarcófagos, cuidadosamente protegidos y “rigurosamente inspeccionados, monitorizados y colocados en trincheras o profundos pozos de enterramiento”. En tal limbo de paz, las momias nucleares esperarán su destino; vale decir, su siglo, para morir definitivamente (extinción total de su proceso radioactivo)
Este particular peligro ya no escapa de continente. Se encuentra esta vez en casa propia (el mundo industrializado) donde se le hace creer a su población que “todo se halla bajo control” y sin riesgo alguno.
Patentes situaciones acorralan ahora a las empresas, porque éstas ya no pueden negar dos realidades en sus propias narices. La primera, que los sarcófagos seguirán aumentando en número y a ritmo acelerado; la segunda, que cualquier accidente externo de consideración podría rajarlos o quebrarlos permitiendo que los espectros de las momias escapen por el aire para buscarse otros muertos más. Por supuesto, ya no se sabrá el lugar exacto de ruptura de un féretro cualquiera; menos podrá ser sellado de nuevo.
En claro como objetivo lenguaje, quienes vivimos en el mundo industrializado ignoramos que estamos sentados sobre un volcán. Sin ficción ni cuento alguno, se trata de cementerios anatematizados por la humanidad, donde el malvado destino –una excavación minera, o un trabajo subterráneo para infraestructura– no tendría inconveniente en expulsar a aquellos seres de su hábitat y pacífico descanso, bajo tierra, para enviarlos aún mucho más arriba: a convertir en radioactivas, las nubes.
Pasemos ahora al tema de fondo.
¿Por qué los reactores nucleares significan verdaderas bombas de tiempo?
La inmensa masa acumulada de energía, requiere de estructuras sólidas hechas con materiales especiales que brinden cierto grado de seguridad para que todos creamos que los reactores nucleares son seguros y protegidos. La “prenda de garantía” se encuentra en los conocimientos científicos y la “tecnología moderna y de punta”, al decir de técnicos, gerentes nucleares y autoridades políticas. Sin embargo, –y como lo hice notar hace seis años atrás en un libro publicado en EE.UU. en idioma inglés– una cosa es la seguridad estructural del aparato reactor y otra, la seguridad del ambiente externo. Expresé que jamás una planta nuclear puede estar garantizada contra un terremoto, un rayo o el impacto de un avión que caiga por accidente.
Y no me equivoqué en lo mínimo. Bastó pocos minutos para que un poderoso tsunami ataque cuatro planteas nucleares en Fukushima, cuya acción de las aguas invasoras, arrastró y estrelló tierra adentro –y como papel– vehículos, casas, puentes, monumentos, edificios, y aún grandes barcos. Desgraciado espectáculo nos ofrece ahora tan simpático país oriental.
Con la experiencia producida –que es sólo una de las muchas que pueden darse y en variadas formas– ni aunque las plantas nucleares sean instaladas bajo tierra, estarán a salvo. Resultaron como niños rebeldes, a los que hay que azotar con agua para que se enfríen y dejen de reaccionar. He ahí –por otra parte– el despiadado castigo de las fuerzas físicas descontroladas, fruto de la acción lucrativa del sistema económico social, donde no importa el ser humano como tal, ni sus valores, por ser apenas un esclavo más del consumo.
El escritor argentino Javier Rodríguez Pardo, comentando la conducta de quienes se encuentran dosificando la información y ocultando la verdad “para no generar alarma” en la opinión pública mundial, nos dice: “Las imágenes del reactor humeante aún no han sido explicadas y menos sus efectos. El técnico nuclear oriental no se diferencia al de occidente. Ambos minimizan los eventos trágicos de la actividad nuclear, ocultan la gravedad del siniestro, niegan el impacto radiactivo…”
Esta misma persona previene que se está sembrando la isla de bombas atómicas, expuestas a ser detonadas o por otro Tsunami “o por la mano desprevenida de algún técnico que omitió vigilar alguna válvula, porque con la energía nuclear no existe umbral seguro”. Nos recuerda también que ya en la década del 90 había malestar en el pueblo japonés, cuyo clan empresarial y gobierno –en franco maridaje y para suavizar la opinión pública nacional alarmada– crearon el personaje de historieta denominado: “Pluto Boy”
Este personaje, de dibujos animados, mejillas rosadas, casco y antenas, “adorable” según su propio círculo, mandaba su propio mensaje: “El plutonio es bueno para ti. Yo no soy un monstruo, por favor mírame cuidadosamente como soy”. El video fue distribuido por Japan's Power Reactor and Nuclear Fuel Development Corp. y aparecía diariamente en la televisión para convencer al público nipón, que el cuerpo asimila la radiación sin mayores riesgos.
El mentiroso Pluto boy no existe más. Las explosiones nucleares de Fukushima han desmentido su candor y el riesgo temido por la gente se ha hecho realidad, al extremo que el propio Gobierno acaba de anunciar el cierre definitivo de aquella planta. Tal es el crudo resultado de “tecnológicos” sistemas que se consideraban seguros, cuyas muestras exhiben miles de emigrados tomando tabletas de yoduro de potasio para salvar sus vidas, países vecinos sintiendo las visitas del fenómeno radiactivo, plantaciones japonesas de espinaca y otras verduras con alto grado de contaminación, almacenes de provisiones con numerosos productos afectados (mantequilla, leche y queso, por ejemplo), destrucción de economías familiares por el miedo a la radioactividad, abandono forzado, nubes enrarecidas, etc.
A todo lo anterior se añade que Japón ya tuvo otro severo problema el año 2007 en la planta nuclear de Tokaimura, con siete reactores. Por la propia experiencia nacional acumulada –las explosiones atómicas sufridas en Hiroshima y Nagasaki– sabe el pueblo japonés, y ya comenzaron sus manifestaciones de protesta, que ya no debe permitir más riesgos contra su seguridad con sistemas que jamás le van a brindar. Aún sin terremoto ni conmoción extraordinaria, existen fugas radioactivas.
Gracias a la proliferación de las plantas nucleares, nos vamos acercando al macro peligro planetario; la gradual esterilización de formas de la vida terrestre, con mucha más rapidez que el propio calentamiento global.
Ha llegado la hora que el grueso de la humanidad haga sentir su voz unánime de protesta e imponga el: No, a las plantas nucleares, contra el audaz orden establecido, donde primero son los negocios.
Esta voz debe correr y tronar de extremo a extremo del orbe terrestre para salvar la vida.
De lo contrario, el transcurrir terrestre será un espectáculo de una inmensa tragedia de humanos degradados, muchos de aquellos condenados a muerte lenta.
Por un mínimo de solidaridad con el dolor humano, evitemos los ingratos espectáculos de seres que hayan tenido la desgracia de sobrevivir una peor catástrofe nuclear; así sean (a título enunciativo): personas sin dientes ni cabellos, paralíticos, con órganos inutilizados, esterilidad, niños deformados, más el cáncer a la orden del día. www.ecoportal.net
Gustavo Portocarrero Valda -USA- El autor ha publicado 14 libros. Sus principales obras sobre el tema específico ambiental son: El Hombre, animal en peligro de extinción, Manual de Ecología Política, Epopeya y muerte de la Tierra, Conversaciones con el Planeta Tierra, Earth’s Destruction and our hope in the Ecologist.
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