Crece el interés en América Latina por los programas nucleares
En los últimos años, se ha observado un creciente interés en América Latina por desarrollar programas nucleares con la etiqueta de fines pacíficos. Brasil, Argentina y México son los tres países de esta región que acogen centrales nucleares generadoras de energía eléctrica. Sin emabrgo, el cada vez más fuerte acercamiento de Irán a los gobiernos de Evo Morales, Hugo Chávez o al de Luiz Inácio Lula da Silva, siembran un mar de interrogantes sobre una iniciativa en la que no sólo se habla de la instauración de nuevas alternativas energéticas, también se teme que esta tríada termine convirtiéndose en un puente que facilite el tráfico de uranio al país persa, sancionado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El Ejecutivo de Lula ha visto en Teherán el aliado para terminar de impulsar su propia iniciativa atómica y un millonario mercado para la provisión de uranio. El gigante sudamericano hasta el momento tiene el mayor número de yacimiento de los que se tengan conocimiento de este metal en la región con un total de ocho, así como posee el beneplácito de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) para enriquecer este mineral desde noviembre de 2004. Aún cuando los organismos internacionales no dudan del carácter pacífico del programa nuclear brasileño, lo cierto es que sí dudan de la transparencia del iraní, tanto por la ausencia de un marco democrático en el país persa como por su política antioccidental, que contribuye a mantener muy vigentes los fantasmas y temores del pasado infundados por la Revolución de Khomeini y la Guerra Fría. Asimismo, los nexos que Ahmadinejad ha tejido con Chávez en Venezuela y Morales en Bolivia, dos gobiernos claramente hostiles hacia EEUU, ha saltado la alerta roja en Washington. El negocio del uranio En los convulsos años del Telón de Acero cuando el mundo pensaba que sería engullido por una hecatombe nuclear, Latinoamérica era quizá la región más segura del planeta. Desde la firma del Tratado de Tlatelolco en 1967, un total de 33 países han ratificado su compromiso de impedir que en la región se desarrollen armas nucleares. Sin embargo, en los últimos años el triángulo Teherán-Caracas-La Paz, sumado al paraguas que ha supuesto Brasilia para los intereses de la República Islámica, han alimentado los temores de la Casa Blanca que ve su seguridad amenazada por la presencia de Irán en su patio trasero. Hugo Chávez y Evo Morales han firmado con el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad millonarios acuerdos bilaterales que incluyen la exploración de yacimientos de uranio. Desde el 13 de noviembre de 2008 Venezuela y la nación persa han suscrito acuerdos de cooperación nuclear que permite la explotación de uranio venezolano al sur del país, cuya existencia se conoce desde 1960, a pesar de que dicha información hasta la fecha ha sido clasificada como secreto militar. Entre tanto, el Ministerio de Minería de Bolivia anunció recientemente la puesta en marcha de un programa por el valor de 450.000 dólares para investigar si el país Andino dispone de yacimientos en la región del Potosí, aun cuando el gobierno de ese país haya reiterado que Bolivia no produce el citado metal. La duda sobre los fines reales de la extracción de uranio en sendos países se acentúo tras un informe elaborado en mayo de 2009 por las autoridades israelíes en las que se le acusan a los gobiernos de Chávez y Morales de “suministrar a Irán uranio para su programa nuclear”. Hecho que ambos ejecutivos negaron categóricamente, calificando el documento de “payasada”.
Durante décadas, Latinoamérica se ha mantenido al margen de la agenda nuclear, por no decir que su participación dentro de la misma ha sido menos que discreta. Las centrales nucleares de Atucha y Embalse en Argentina; Laguna Verde en México y la Almirante Álvarado Alberto, popularmente conocida como la Central de Angra en Brasil, son algunos ejemplos de la leve incursión latinoamericana dentro de los programas nucleares. Pero en los últimos años, el interés por este tipo de tecnología se ha ido acrecentado tras el acercamiento Mahmoud Ahmadineyad a la región, en especial en el hemisferio sur, gracias a la mano tendida por los gobiernos de Venezuela, Bolivia y, sobre todo, de Brasil, que se ha convertido en su principal socio comercial y defensor del programa nuclear iraní.
Sin embargo, sobre este tema, Venezuela despierta más inquietudes que Bolivia debido a que han habido denuncias sobre el movimiento de uranio en ese país suramericano. El periodista venezolano Rodolfo Schmidt, aseguró en una entrevista al diario “Nuevo País” fechada el 12 de abril de 2008 que fuentes de inteligencia advirtieron de que muchos de los cargamentos que parten desde Puertos Ordaz señalados en los manifiestos de embarque como aluminio son en realidad envíos de uranio destinados a Irán para ser refinados.
Por otro lado, la incautación en 2008 de más de 30 kilos de este material que estaba manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ha alimentado aún más los temores, debido a la posible entrada de un nuevo actor dentro del juego. Si bien el uranio empobrecido es muy utilizado en la elaboración de armas y en el blindaje de vehículos de combate, el hallazgo también ha incubado la arriesgada hipótesis de que estos grupos puedan buscar a futuro, nuevas vías de financiación a través del tráfico del valorado metal.
Aún cuando el Tratado de No-Proliferación de Armas Nucleares (TNP) establece que todo país tiene derecho a desarrollar su tecnología nuclear pacífica, lo cierto es que no existe un espíritu unánime al respecto en América Latina que genere confianza hacia las ambiciones nucleares de ciertos países de la región. No obstante y pese a las sanciones de las Naciones Unidas, Irán continúa cosechando aliados y jugosos acuerdos internacionales que benefician su programa nuclear en el mismo vecindario en el que habita Estados Unidos.http://www.elimparcial.es/
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