Exportación de conocimiento o sólo de explotación?
Luis E. Sabini FernándezGlobalización es el nombre de moda para el sistema económico mundial establecido desde hace medio milenio con un nuevo Mare Nostrum, el Atlántico Norte.
Así como una globalización que se viviera hace unos mil años tuvo como epicentro el Mediterráneo y entonces una serie de ejes interrelacionaban las culturas y cultivos del mo-mento, de Asia, África u Europa,[1] el acceso europeo al continente que pasó a llamarse América, aunque algunos de sus habitantes, de los que primero tuvieron contacto con “la visita”, lo denominaban Abya Yala, determinó una nueva red de circuitos económicos y políticos, que resultó sin duda más atractiva a quienes detentaban el poder entonces.
El “descubrimiento” de América es, como bien lo ha destacado Enrique Dussel, el descubrimiento de los metales preciosos americanos. Y lo que habilitó según esta línea de interpretación histórica, que compartimos, el surgimiento de lo que hoy en día llamamos el capitalismo. Una economía fuertemente atada al oro extraído de América, por ejemplo.
Por causas que exceden el tema que queremos plantear y que probablemente excedan a quien esto escribe, esta “nueva” globalización advino con un carácter que muy claramente señala Karl Polanyi como excepcional en las formaciones humanas:[2] el lucro como motor económico de la sociedad.
Probablemente la relevancia de los metales hallados, la inhumanidad que el racismo y el eurocentrismo “permitió” para la extracción y habilitación de “metales preciosos” al costo de vidas “que no merecen ser vividas” según la visión de los privilegiados, esté en el núcleo de semejante desarrollo.
Lo cierto es que el lucro y el desarrollo de las relaciones capitalistas echaron a andar en la historia humana y lo hicieron al galope tendido y a menudo desbocado.
Resulta interesante, intrigante, saber cómo ese proceso de globalización siempre progresiva, en buena medida a partir de copias, hallazgos y avances tecnológicos, ha ido acortando distancias, quebrando soledades de todo tipo (geográficas, culturales, alimentarias, actitudinales) y cómo ese proceso efectivamente nos ha ido acercando entre los humanos y sin embargo, cómo el abismo que separa el centro y la periferia planetaria no sólo se ha mantenido sino que al menos en varios y decisivos aspectos se ha acentuado.
Una serie mínima de datos estadísticos nos va a dar la pauta siquiera en términos aritméticos:
La población mundial dividida en quintiles, a mediados de los ’90: 82,7 % de los ingresos para el quintil más rico; 12% para el 2º. quintil, 1,4 para el último y nos quedan dos quintiles, el 40% de la población con 3,9%.
Es decir, al 60% de la población mundial le ingresaba el 5,3 % del total…y al otro 40% el 94,7%.
Pero este zanjón impresionante entre una humanidad, la privilegiada y “la otra”, la su-mergida, se ha ido ampliando permanentemente; ahora es todavía peor que hace 15 años.
En 1900, la diferencia de PNB entre la treintena de países “industrializados” o enri-quecidos (a grandes rasgos, los que pasaron a integrar la OCDE) y la periferia del mundo (en aquel entonces buena parte todavía “colonial”), era de 3 a 1. En 1950, de 5 a 1; en 1970, cuando apenas quedaban “colonias” y la mayoría de los estados eran declarados independientes y soberanos… de 7 a 1, en 1985 de 12,5 a 1. Pensemos cuál ha de ser en 2010, cuando otros datos nos muestran el aumento permanente del abismo que separa a los metropolitanos de los periféricos (abismo que también se reproduce dentro de los propios estados, tanto centrales como periféricos; de separación entre nos, sus habitantes).
Se estima que en una cincuentena de los estados actuales del planeta, ubicados en el Caribe, el Asia central y meridional y sobre todo en el África subsahariana ha habido un empeoramiento de las condiciones de vida. Estamos hablando de cientos de millones de seres humanos, probablemente miles de millones…
Esto significa una cantidad inaudita de seres humanos que no sólo se separan de los winners sino que además se separan de su propio pasado hundiéndose en situaciones aun peores, aun más precarias, pasando de la pobreza a la indigencia, en un proceso de deterioro progresivo, económico, social, cultural.
Centro y periferia, está casi de más decirlo, no constituyen entonces datos geográficos, físicos. En cada sociedad, dentro de cada “estado nacional”, se repite, con más o menos intensidad, ese ordenamiento. Para EE.UU., lo acaba de explicar con claridad docente Atilio Borón:[3] la cantidad de pobres crece incontenible, medida en gente que come mediante vales, por ejemplo. O estimada mediante el abanico de salarios, que ya hace décadas, era de los mayores del mundo. En los ’80 andaba entre 30 y 40 (el sueldo mayor de una empresa era 30 o 40 veces mayor que el de su asalariado con sueldo más bajo). Al día de hoy, pasada la crisis financiera de 2008, ese abanico fluctúa entre 300 y 400 (más precisamente 344, según la fuente señalada por Borón).
Lo que permite, empero, hablar de sociedades periféricas y sociedades centrales (en el lenguaje hiperideológico de la economía oficial, de países “en desarrollo” y “desarrollados”) es que en un país como El Reino Unido, por ejemplo, o en Japón, la capa de altos ingresos es ancha, la de ingresos medios es mayoritaria y en todo caso existe una minoría “periférica”, que sufren ingresos que no otorgan una calidad de vida mínimamente digna, en tanto que hay países con una capa de altos ingresos delgadísima, por no decir escuálida, unas capas medias minoritarias y una mayoría o inmensa mayoría percibe recursos tan mínimos como para apenas sobrevivir o ir a la cama sin hambre (o con). Haití, Myanmar, Filipinas, Malasia, Nigeria, Paraguay, Bangladesh, Nicaragua, Guatemala, Honduras, Congo, Burkina Faso, Gambia, Liberia, Nepal, la lista es sobrecogedoramente larga…[4]
De más está decir que la economía oficial, procesada mediante los consejos de los organismos mal llamados internacionales configurados al servicio del centro planetario y más bien del estado dominante de ese centro, EE.UU. (aunque al día de hoy habría que hablar de un eje EE.UU.-Israel), instituciones como el FMI, el BM, la OMC, la USAID y las diversas “dependencias” de la ONU como, por ejemplo, la OMS, el PNUD, el PMA, la FAO, el PNUMA, todo eso que podría llamarse el aparato ideológico de la globocolonización, se felicitan por “el progreso mancomunado”, aplauden “el desarrollo de los pueblos”, estimulan la senda del crecimiento “para la humanidad” y otra serie de monsergas unitarias, mientras se sigue despedazando al África, rasgando sus tierras y aniquilando a quienes las habitan para llevarse metales; lo mismo se hace con los bosques tropicales, africanos, asiáticos o americanos para reeditar festines de maderas carísimas (caoba, roble, ébano, quebracho) que se cotizan en los mercados de Londres, París, Hong Kong, Tokio, Nueva York…, o con el océano planetario mediante el “barrido” de los mares en otro peligroso festín que ha llevado a la oceanógrafa Julia Whitty a sostener que: “La llamada eficacia en la pesca ha estimulado estragos inauditos en la vida marina, deviniendo en una de las más resonantes ineficacias.”[5] El manejo brutal de la periferia se expresa también en el mercado sexual con el uso y abuso de cuerpos de mujeres y niñas filipinas, tailandesas, caribeñas… que se cuentan por millones, y hasta con los bebes humanos en sistemáticas operaciones de despojo, una de las cuales alcanzamos a vislumbrar mediáticamente tras el terremoto que devastó buena parte de Haití a través de dudosas operaciones de “adopción de huérfanos”, que no eran huérfanos y mucho nos tememos tampoco eran adopciones.
Así, sobre las espaldas de la periferia se sigue ejerciendo “acumulación primitiva de capital” según la fórmula marxista, sólo que no se trata de manufacturas manchesterianas del s. XVIII acordes con la secuenciación marxiana sino de un espectro todavía mayor, que incluye zonas francas en pleno siglo XXI, con automación, cibernética y quimiquización de procesos industriales incluidos, con todo lo cual el tan mentado “sentido de la historia” se nos ha perdido.
Javier Rodríguez Pardo en su último y documentadísimo trabajo[6] recoge un dato sin siquiera citar fuente, de conocido que es: el 20% de la población planetaria dispone, goza del 80% de la energía planetaria. Una aritmética sencilla nos dice que el 80% de la población del planeta, cinco mil millones de seres humanos, disponen de la energía… restante, el 20%.
Tanto en la minoría del 20% como en la mayoría del 80% hay enormes diferencias, valga este otro dato, también estadístico: en 2005, los 500 hombres más ricos acumulaban más dinero que 416 millones de pobres.[7]
Como sabemos, los datos estadísticos son muy inciertos y sesgables: según otra estadística, los 500 más ricos del mundo tienen un ingreso mayor que los 1200 millones más pobres del mundo (que incluyen los de todos los países).[8]
Tal vez la diferencia de estas dos últimas relaciones provenga de que en el primer caso se tome a la población de los estados más empobrecidos (Diálogo 2000 ha hecho una lista de 45 de tales países, y la propuesta de condonar la deuda externa de ellos) y en el segundo, se alcanza ese tremendo guarismo de un quinto de la humanidad más desguarnecida con pobres provenientes de todas las sociedades del planeta. Los 500 humanos con los que se han comparado ya no se podrían considerar “semejantes”, aunque es seguro que esos 500 son los que no consideran a la masa despojada sus “semejantes”.
En cualquiera de los casos la relación es monstruosa: un millón de pesos por cada peso, un millón de galletitas por cada galletita, un millón de camisetas por cada camiseta, o si cambiamos de “fuente”, dos millones y medio de pesos por cada peso, dos millones y medio de galletitas por una galletita, dos millones y medio de camisetas por una…
Hoy en día los cien multimillonarios mayores del planeta declaran tener un promedio 13 300 millones de dólares cada uno…[9]
Tenemos así una distribución de bienes planetarios con un abismo separando humanos y humanos. Para esa diferencia el trasiego de bienes del sur al norte ha sido fundamental.
Volvamos al tema de la energía, de los “recursos naturales” que Rodríguez Pardo en el libro ya citado criticara como concepto, defendiendo el mucho más claro de “bienes comunes”.[10] Los privilegiados del planeta han hecho del trasiego Sur-Norte el eje fundamental de su propio desarrollo. Es lo que sabemos que ha pasado con el oro, el azúcar, las telas y en todo caso con la mano de obra, por un tiempo Sur-Sur (de África a América, la mano de obra esclava) pero únicamente para integrar lo producido a la corriente Sur-Norte.
Sin embargo, quedarnos en esto sería una simplificación. Porque el trabajo y la producción también han existido, y existen, en el norte.
Valga reparar en que el apellido más común de origen inglés es Herrero (Smith) para darse cuenta del trabajo acumulado en el norte, lo que ha sido un desarrollo laboral, industrial, endógeno.
En ese desarrollo económico, articulado Norte-Norte, EE.UU. ha desempeñado un papel primordial. Con sus inmensidades deglutidas (mediante sucesivos ensanches, conquistas, invasiones y compras, EE.UU. tiene “bajo bandera” más de diez millones de km2, es decir que el solo territorio de EE.UU. es mayor que la treintena de países europeos, muchos de los cuales son (junto con Japón y EE.UU.) los países “desarrollados” (y a la vez subdesarrollantes) del planeta.
La secuencia del desarrollo tecnoeconómico ha seguido a menudo un dibujo rastreable: una innovación tecnológica se conoce, se alcanza, se patenta en el centro, en lo que habitualmente se denomina “el norte” planetario y mediante aquellos aparatos ideológicos unificadores que antes citamos, el “adelanto tecnológico” se adopta acríticamente, en la periferia planetaria. Porque cada sociedad, cada estado, hasta el más desamparado y ajeno, tiene su pequeña élite, vanguardia o claque (elija el lector) que suele asumir lo nuevo con entusiasmo y/o bajo seducción.
El caso de los agrotóxicos
Ésa es la explicación por la cual la introducción de agrotóxicos en la agricultura ha diezmado a los campesinos y trabajadores rurales de la periferia planetaria en tanto los daños y muertes por esa misma causa en el Primer Mundo son mucho menores.
FAO declara en sus sitios-e que los plaguicidas son causantes de 20 mil muertes accidentales al año, y 200 mil suicidios.
OIT, datos de 1994, afirma que ese año hubo entre dos y cinco millones de casos de envenenamiento por plaguicidas (no se discrimina entre envenenamientos con desenlace mortal, con secuelas o sin ellas o, mejor dicho, con secuelas subclínicas).
Por su parte, RAPAL, una red de acción ante los plaguicidas en América Latina, da como guarismo de la cosecha mortal anual de agrotóxicos en el mundo entero (últimos años del s. XX) tres millones de intoxicados –coincide con la OIT– y de 220 mil “intoxi-cados seriamente” sostiene que “muere la mayoría” (dato que difiere del aportado por FAO).
Aunque la divergencia de datos sea mayúscula, todas estas fuentes están contestes en una verificación principal: que de las decenas de miles o los centenares de miles de muertos con agrotóxicos el 99% o el 99,99% provienen de los campos de los países empobrecidos, esquilmados, colonizados o colonializados. Aunque la proporción de cultivos entre norte y sur difiere considerablemente de estos porcentajes.
No hay mucho de que sorprenderse. Los “adelantos técnicos” mediante los cuales se ha logrado propagar el uso de venenos para combatir “plagas” están concebidos desde los países enriquecidos, de acuerdo con sus pautas culturales y filosofía de vida, sus características climáticas y posibilidades económicas. Por eso un agrotóxico es espolvoreado en Francia o EE.UU. con una escafandra, guantes y fundas protectoras y el operario debe, luego de cumplida la tarea, pasar por una instancia de higienización y muda, etcétera. El mismo agrotóxico suministrado en Sudán o Paraguay va a ser espolvoreado por campesinos pobres que ni siquiera van a poder leer las instrucciones de manejo porque vendrán en un idioma “gringo”, lo harán con el torso apenas cubierto, sin máscara, respirando directamente lo que está diseñado para matar otros seres vivos, pero que como biocida que es mata toda vida… ni el calor, ni el patrón, ni la economía permiten pensar en las protecciones diseñadas en Lyon o Pensilvania.
La brutal diferencia en las aplicaciones no agota el cuadro de esta relación atrozmente asimétrica.
El biocida más famoso
Veamos otra variante: el DDT fue un invento para muchos genial, que ha permitido combatir el paludismo como nunca antes. Aunque algunos sospechamos que está en el origen de una cierta cancerización de la sociedad. El DDT, bomba de tiempo o tabla de salvación de los tecnooptimistas, fue inicialmente usado sin restricciones en “todo el mundo” hasta que se verificaron varias secuelas impensadas de semejantes aplicaciones. Entonces se introdujo a través del DDT el método “esquizo” que es muy habitual en las exportaciones de materiales “susceptibles”, “peligrosos”. Siguiendo las instrucciones de sus oficinas de cuidado ambiental, como la EPA y la FDA, en EE.UU se prohíbe su consumo en todo el territorio… pero no su producción, para exportación, of course. Otro dispositivo que dispara muertos en los países empobrecidos preservando algo, al menos, a las poblaciones de los países enriquecidos.
Los alimentos transgénicos
Con los alimentos transgénicos tenemos un planteo distinto, o tal vez el mismo del inicial con el DDT. EE.UU. es el principal productor de alimentos genéticamente modificados y también el principal consumidor. Claro que por las características de EE.UU., su capacidad de irradiación, su enorme peso geopolítico, y sobre todo geocultural, EE.UU. se ha encargado de difundir e implantar a todo lo ancho del planeta los alimentos transgénicos. Con suerte dispar. La UE, Japón, han resistido relativamente esa “invasión”. Entre los países periféricos ha habido refractarios (en algunos casos muy maltratados por el centro planetario como pasó con los úkases de la OMS tratando de forzar el uso de alimentos transgénicos en algunos países africanos), pero también existen los que se han plegado con mucho entusiasmo a la cruzada trangenetizadora, como es el caso de Argentina, “a la vanguardia” en el mundo entero.
Para esta tarea de “difusión” globalizadora de OGMs, Monsanto, Novartis, los grandes consorcios que hasta hace poco eran de medicamentos y son ahora las principales semillerías planetarias –en su dinámica expansiva han descubierto que el mercado de sanos es mayor que el de enfermos–, han contado con muchos aliados formidables. En primer lugar, históricamente el gobierno de EE.UU., así como poco después, los de Argentina, Canadá, Brasil, y muy especialmente las agencias ya citadas de la globocolonización, indudablemente seducidas por los despliegues tecnológicos y cooptadas por el gran movimiento económico dirigido y orquestado desde EE.UU.
Por lo tanto, si la incorporación de alimentos transgénicos a la dieta humana llegara a “disparar” un problema como teme la “Red de científicos preocupados” (Worried Scientists), éste se descargaría por igual en centro y periferia, aunque nos tememos que en tal caso, se repetiría la secuencia del DDT…
Tabaco o cigarrillos
Un buen ejemplo al que vale la pena dedicarle al menos dos líneas en esta cuestión de la hegemonía cultural del centro planetario: el tabaco, que es una sustancia adictiva, que ha contado con cultores en prácticamente todos los pueblos que lo han conocido, tiene algo comparable con el alcohol. Quien sabe saborear una buena copa de vino con la comida adecuada, no tiene porque ser considerado un alcohólico. Del mismo modo, quien sabe gozar del aroma de un puro o un buen tabaco de pipa, tampoco.
Sin embargo las diversas modalidades del uso, goce y consumo de tabaco que han caracterizado a tantos pueblos, con los cigarros, tabaco mascado, el puesto bajo el labio, el quemado en pipa, han sido prácticamente arrinconados, dejados de lado, con la universalización del cigarrillo. El cigarrillo suma a los efectos poco saludables de la nicotina el de la combustión de papel cuya aspiración parece ser el principal caudal de brea en los pulmones y consiguientemente, de cáncer para sus cultores. El american way of life con su empuje tecnológico, consolidando la fabricación en serie de cigarrillos (hasta entonces manufacturados) está sin duda en el origen de esta preferencia por la peor modalidad del tabaco que se conoce, pero la más cómoda.
El caso de la minería a cielo abierto
Lo que caracteriza la relación centro/periferia es su asimetría. Así como “naturalmente” durante la “fiesta” menemiana se aposentaron en Buenos Aires una serie de cadenas de cines de países anglófonos que destrozaron las redes locales y se adueñaron prácticamente de casi todo el mercado, sería inconcebible (y además prohibido por ley), que extranjeros ejercieran la propiedad sobre cines instalados en las ciudades estadounidenses.
Del mismo modo, nadie se extraña porque el Ministerio de Agricultura de EE.UU.[11] evalúe la cantidad “adecuada” de campesinos que debe tener la India, pero sería inconcebible que el Ministerio de Agricultura de la India procurara orientar la composición rural de EE.UU. Tan inconcebible que probablemente despertaría más risas de burla que indignación.
Con ese movimiento norte-sur, fue que se implantó en un santiamén y con el apoyo entusiasta de progresistas y técnicos vernáculos la ingeniería genética patentada en EE.UU. en aquella Argentina de las “casualidades permanentes”.
También desde los ‘90 ha arreciado, siguiendo los mismos ejes, la nueva minería que ya no trabaja con el mineral de ley, como otrora, vetiforme, porque sencillamente en el caso de muchos minerales, aquellas minas se han agotado.
Lo que ha ido quedando como forma de obtención de mineral son métodos extractivos aun más lesivos que los de la vieja minería, que se caracterizó por arrancarle la vida joven a tantos mineros.
Ahora, sopas químicas mediante, proveyendo a los operarios de guantes, botas, escafandras, el daño se desvía del tradicional: ya no serán tanto los mineros los que pagarán con su salud y finalmente su vida la consecución de oro, cobre, plata, bauxita, y tantos otros metales sino “el ambiente”. Porque la bajísima presencia relativa de minerales buscados en “la montaña” ha llevado a que los emprendimientos mineros hagan un destrozo de inauditas proporciones para llevarse porciones consideradas industrialmente rentables del mineral que buscan.
“La existencia de recursos minerales con un cierto grado de concentración natural en el planeta ha sufrido una disminución cuantitativa y cualitativa de inmensa magnitud […] que indica la escasez del llamado ‘recurso’. […] Los minerales remanentes se encuentran en estado de diseminación en la naturaleza y en partículas ínfimas dispersas en las rocas montañosas, razón por la cual es imposible extraerlos por los métodos y tecnologías de la minería tradicional. […] La combinación de las industrias minera y química posibilita que la extracción de minerales de baja ley signifique un buen negocio. […] Cuanta más baja es la ley de minerales mayor es el consumo y el costo de la energía.”[12]
Las frases de Rodríguez Pardo nos dan los marcos de referencia para esta nueva minería, que como la agricultura, se ha quimiquizado. Y así como los agrotóxicos que reciben a diario los alimentos no son precisamente saludables (creando una agónica competencia con “lo otro” constituyente de los alimentos… que es precisamente nutrirnos y así mantenernos sanos), los solventes, precipitadores y extractores de metal, –compuestos de cianuro, por ejemplo– son devastadores.
Las “leyes de minería” aprobadas durante el menemato son un modelo de lo que con precisión se denomina entreguismo,[13] un escarnio a cualquier consideración local o nacional, que sin embargo, como “el sistema de la soja”, siguen significativamente vigentes.[14] Los cultores de la nueva modalidad minera alegan seguramente las presuntas “leyes del progreso”. Del tecnologismo contra el primitivismo. Al fin y al cabo, –no hacemos sino seguir las pautas tecnológicas de “las naciones industrializadas”, la vanguardia intelectual, científica y tecnológica de la humanidad–.
¿En qué consisten? Contaminación o destrucción de napas de agua potable por metales pesados tóxicos mortales como el cianuro, vertido de miles de toneladas diarias de mineral destrozado a los ríos, a las “escombreras”[15] o a los llamados diques de cola.[16] Se estima que el oro de un anillo, una alianza, pocos gramos, demanda unas veinte toneladas de “escombros”. La roca desmenuzada con trazas del metal buscado, oro en este caso, será atacada con cianuro para precipitar el oro y ya sin él pasará, con el agua “servida”, a engrosar los diques de cola.
Todas las proporciones de este estilo de extracción resultan monstruosas y sólo habili-tadas por los despliegues tecnológicos de la química de última generación: dan la impresión de que rompen con las ecuaciones medios-fines con que se movió la humanidad hasta ahora.
Hay que remover un tonelada de mineral para obtener 1 gr. de oro (datos oficiales de la mina Yanacocha, Perú).
El cianuro “trabaja” sobre la roca precipitando el oro mediante el empleo de toneladas de agua: cada tonelada de cianuro de sodio “actúa” sobre 6 000 toneladas de roca y demanda agua a razón de mil litros por cada 50 gr. de cianuro. A los efectos prácticos es más o menos el jugo de un limón por cada tonelada de agua. Una ton. de cianuro demandará entonces la friolera de 20 000 ton. de agua (20 millones de litros) que engrosará el dique de residuos semilíquidos, amén de la roca previamente desecha, pulverizada.
La página-e oficial de Barrick declara que en Pascua-Lama se usa “más de un millón de litros diarios”. No sabemos a cuánto asciende ese elástico “más”.
Cultores de la minería a cielo abierto como los gobernadores de San Juan y La Rioja, para nombrar apenas a José L. Gioja y Luis “Borocotó” Beder Herrera no hacen sino seguir los mandatos del “mundo desarrollado”. Y las empresas mineras de nuevo tipo, Barrick Gold, Meridian Gold, Rio Tinto, Yamana Gold, declaran hacer aquí en la periferia del mundo lo que hacen allá, “en casa”. Y consiguen cierto apoyo social, por los empleos muy bien pagos, por ejemplo.
Pero hete aquí que: “Científicos estadounidenses piden una moratoria contra los permisos de explotación minera en las montañas”… de EE.UU. Porque: “A partir de un análisis de los últimos hallazgos científicos y de datos nuevos, un grupo de reconocidos científicos especializados en el estudio del medio ambiente, ha hecho público en el número que publica hoy la revista Science un llamamiento a la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por su sigla en inglés) y al Cuerpo de Ingenieros del Ejército (U. S. Army Corps of Engineers) de EE.UU. para que se haga una moratoria que bloquee la concesión de permisos para explotaciones mineras en cumbres montañosas, pues implican su «desmoronamiento».
”Los expertos documentan de forma inequívoca la existencia de impactos ambientales irreversibles debidos a este tipo de explotación minera, que además expone a la población de esas zonas a un riesgo para la salud.”[17]
Los fundamentos no se van con chiquitas: hablan de pruebas “contundentes e irrefutables”, de efectos “omnipresentes y muy duraderos” y de que se trata de “un atropello medioambiental”.
En rigor, todo lo que han venido denunciando y resistiendo las poblaciones en Esquel, en Andalgalá por Bajo La Alumbrera y ahora por Agua Rica, en Famatina y Chilecito bloqueando el paso a la empresa Barrick con la consigna el “Famatina no se toca”, en Jáchal y Calingasta contra el proyecto minero en Veladero y el binacional de Pascua-Lama, y en tantos otros lugares de Argentina.
Pero no sólo en Argentina. Un año antes que la gloriosa y formidable resistencia en Esquel, 2003, pionera de los movimientos de defensa ambiental contra la minería atropelladora en Argentina, fue la de Tambo Grande, en Perú, contra la canadiense Manhattan Minerals, resistencia que logró arrinconar a la transnacional con un aplastante 93% de votos en contra de la exacción, en un plebiscito que también ellos condescendieron en hacer confiados en haber persuadido a la población con los “espejitos de colores” habituales. En Perú el gobierno, que vive un romance al estilo del menemato argentino, ha puesto el énfasis en la represión policial contra los vecinos refractarios. Y en Argentina, no, pero a veces sí, aunque con fineza se toman más medidas judiciales…
Esta modalidad de destrozo ambiental ahora condenada en EE.UU., ha sentado sus bases en todo el planeta: en Tanzania (Kahama Mining Corp. Ltd.), en Congo (Anvil Mining), en Filipinas (Placer Dome), en Papua Nueva Guinea, (Porgera), en Australia (Ernest Henry), para nombrar apenas alguna minera en algunos países… en todos los territorios de las viejas Guayanas coloniales, en Indonesia, en las Reservas Indias de los shoshones en EE.UU. En casi todas partes, han sido también empresas mineras estadounidenses, canadienses y australianas las responsables del abordaje y el saqueo. Porque tales estados, con vastos territorios, han desarrollado inicialmente esta modalidad de minería química en sus propios territorios. Hay excepciones, que van como si fueran en sentido contrario: Vale es una minera brasileña en suelo canadiense y con trabajadores “nativos” (en este momento, comienzos 2010, en huelga resistiendo una baja de los salarios, pero bueno es también aclarar que el municipio anfitrión de Vale, Sudbury, se caracteriza por una serie de normas de cuidado ambiental). En todos esos territorios devastados sus pobladores han hecho resistencia y las más de las veces los cuerpos represivos de las mineras o públicos se han ensañado con ellos: con los cimarrones en Surinam, con los subanen en Filipinas o incluso con los mineros ajenos a las transnacionales como pasó con el asesinato colectivo en Bulyanhulu, Tanzania, en los campos auríferos de Kahama, donde la empresa Sutton (ahora Barrick) enterró vivos a una cincuentena de demandantes por sus derechos con sus grandes excavadoras mecánicas.[18]
Significativamente, las legislaciones nacionales de EE.UU. y Canadá, por ejemplo, son mucho más estrictas en materia de vertido de residuos a ríos o submarino a mares que las normas “internacionales” que promueve la agencia del gobierno de EE.UU. llamada engañosamente Banco Mundial en su promoción de la minería en los países del suburbio planetario. Y aun así, la investigación que publica ahora el SINC revela que los “frutos”, envenenados de la exacción minera en EE.UU. superan con creces todo lo previsto.
En el destrozo propiamente ambiental que estos emporios transnacionales emprenden se incluye y de modo principal el efecto sobre las poblaciones. Sólo porque se trata de congoleños, liberianos, birmanos, filipinos, guyaneses, peruanos, sólo porque en Argentina tenemos que hablar de los habitantes de Guandacol, Jáchal, Famatina, pueblos menores de las cuestas andinas o de poblaciones dispersas en la extensa y despoblada ruralidad argentina, sólo porque se trata de natives, tanto en Canadá como en EE.UU., en Indonesia como en Chile, Perú, Bolivia o Argentina, es que Barrick, Meridian, Noranda y todas ellas pueden disponer del planeta entero para sus despojos y saqueos.
Y se permiten dejar los detritus. Por ejemplo, en Jáchal se ha hecho una denuncia judicial por contaminación, presentada por María José Zalazar, una de las llamadas “locas jachalleras”,[19] que padece de cáncer, y por muchos niños que “han comenzado a verse en Jáchal con asma, irritaciones pulmonares y cáncer.”
Con lo cual, a los países que como Argentina siguen tan fiel y dócilmente las regulaciones estadounidenses a través del BM o de otros consejeros directamente empresarios, se les presenta “una dificultad”, al decir del inolvidable Bartolomé Hidalgo: ¿con qué cartabones reguladores, con que fundamentos tecnocientíficos, van a justificar el destrozo ambiental y social, ahora que el sistema de extracción mediante lixiviados altamente tóxicos empieza a estar cuestionado en la Meca tecno? Tal vez obvien el fundamento tecno y se queden nomás con las monedas. Pero “los contrarios” también jugamos.
- Luis E. Sabini Fernández es Docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de futuros.
[1] El mundo de las Cruzadas, de Marco Polo, de las bibliotecas de Alejandría y Timbuctú, el despliegue de la navegación árabe y veneciana… Véase, por ejemplo a John M. Hobson, The Eastern Origins of Western Civilization, Cambridge University Press, 2004, RU.
[2] La gran transformación, FCE, 1ª. edic. argentina, 2007.
[3] “Obama, un año después”, ALAI, 28/1/2010.
[4] En una situación “intermedia”, podríamos decir que se encuentran total o parcialmente algunos países como los del Cono Sur americano, precisamente; algunos “tigres” asiáticos como Taiwán, algunos países del este europeo excomunista como Eslovenia o Polonia.
[5] “El océano planetario ante su destino final”, futuros, no 10, Río de la Plata, otoño 2007.
[6] Vienen por el oro. Vienen por todo, Ediciones CICCUS, Buenos Aires, 2009.
[7] www.kaosenlared.net, 4 /10/2005.
[8] PNUD.
[9]empresas.cr>, Directorio de Negocios, 23/2/2005.
[10] “Las riquezas que habitan en la tierra no son recursos naturales, son bienes comunes. Referirse a ellos como ‘recursos naturales’ es la primera forma de apropiación, desde el lenguaje.” (Introducción, ob. cit.)
[11] Planes con volúmenes y porcentajes, véanse en D. Avery, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas [sic], Casafe, Bs. As, 1995.
[12] J. Rodríguez Pardo, ob. cit., pp. 8 y 9.
[13] De la misma época que la colonización de los cines es el ingreso de casi cien empresas mineras casi todas también de estados anglófonos: Canadá, EE.UU., Australia por orden de importancia.
[14] Remitimos a exhaustivos análisis de tales leyes por varios analistas, como el mencionado Javier Rodríguez Pardo, Maristella Svampa, Raúl Montenegro, y las UAC.
[15] Así se denominan los sitios donde se agrupa la roca desmenuzada pero que previa inspección no arrojó la presencia del metal buscado. Son depósitos secos porque no se procesa allí el lixiviado de cianuro.
[16] Cuando alguno de estos “diques de cola”, dispuestos entre las laderas de montañas, cede, la catástrofe ambiental puede cobrarse miles de hectáreas arrebatadas al trabajo humano y miles de vidas entre las decenas de miles de afectados, como pasó en 1995 en Omai, Guyana, cuando “falló” la contención que las empresas canadienses Golden Star y Cambior habían construido, contaminando la cuenca del río Esequibo.
[17] SINC, Servicio de Información y Noticias Científicas, España, 7 ene 2010.
[18] Para un tratamiento pormenorizado del despojo y la resistencia, véase Socavando los bosques [papel de las mineras], un informe de las ONGs FPP, PIPL, WRM, Moreton-in-Marsh, Oxfordshire y Montevideo, 2000.
[19] Sería bueno conocer al que así las banalizó, emulando el calificativo con el que trataban de inferiorizar a las Madres de Plaza de Mayo.
http://www.alainet.org/active/
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