Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial la producción agropecuaria sufrió un cambio tecnológico trascendental, que devino en el paradigma del productivismo, sobre la base de la explotación intensiva de las tierras. Este consistió en un proceso acelerado de desarrollo de nuevas tecnologías, principalmente de maquinarias e implementos diversos, de fertilizantes, plaguicidas y otros agroquímicos, así como de tecnologías de preparación del suelo y manejo del cultivo, incluyendo el mejoramiento genético para lograr variedades con alta respuesta productiva.Después de más de 50 años de lo que se llamó “Revolución Verde”, el saldo de experiencias es inmenso, pues efectivamente se logró incrementar la producción de alimentos frescos o procesados para el mercado y de biomasa como materia prima para la agroindustria. Se ha acumulado una gran cantidad de información científica y técnica, debido a diversas fuentes de financiamiento que han tributado a universidades y centros científicos, la mayoría de estos creados durante este periodo, entre otros avances en lo que se ha nombrado también “tecnologías de punta”, las que a través de la globalización han devenido en un sistema de colonización tecnológica para muchos países.
Esto ha contribuido a que se aceptara internacionalmente que la agricultura se realice mediante “paquetes tecnológicos”, los que han proliferado a escala internacional a través de empresas de maquinaria, agroquímicos y semillas, las que se han “replicado” en los diferentes países mediante normativas e instructivos de cultivos y crianza de animales, “adaptados” y “mejorados” para la agricultura local por investigadores, especialistas y funcionarios de entidades nacionales e internacionales.
El saldo social de este enfoque tecnológico es de tal magnitud que en los centros de enseñanza de diferentes niveles, incluyendo las universidades, en las entidades de servicio público (ministerios, institutos, etc.) y en la población en general, se ha generalizado la percepción de que la agricultura es únicamente cuestión tecnológica y que esta debe realizarse mediante el uso de maquinarias e insumos externos, sobre todo importados, para lograr incrementos productivos a través de la explotación intensiva del suelo en campos de grandes extensiones.
El éxito de este enfoque en la percepción social se expresa por el hecho de que ante las crisis internacionales de los últimos años (económica, energética, alimentaria, climática, valores y otras), generadas por la globalización de la economía, los decisores recurren con frecuencia a dicho modelo, sin analizar que precisamente es una de las causas de estas crisis y conduce al ciclo vicioso de las tecnologías que ha caracterizado a la producción agropecuaria en los últimos 60 años.
Sin embargo, se obvia o no se desea analizar y mucho menos informar a los estudiantes y el gran público, los errores cometidos con la explotación intensiva de las tierras, principalmente los efectos negativos debido a afectaciones del medio ambiente y la biodiversidad, a la salud integral de las personas, a la percepción de la población, los gastos excesivos de energía y la contribución al cambio climático, entre otros efectos degradativos de gran complejidad, también ampliamente documentados científicamente.
Incluso, muchas veces se menciona como política agraria el nuevo paradigma de la “agricultura sostenible”, se discursa sobre protección del medio ambiente y la biodiversidad y no se actúa en consecuencia, como lo demuestra el hecho de que aun más del 50% de los proyectos de investigación de las universidades y los centros científicos tributan a la agricultura intensiva, con mayor énfasis a la agricultura biotecnológica especializada para la agroindustria, que se sustenta en tecnologías que requieren de grandes extensiones de monocultivos.
Los eslabones más débiles y afectados en esta “cadena productiva” son los que están en los extremos: primero el agricultor y finalmente el consumidor. Ambos deben asumir costos de diversas características, que van mucho más allá de la clásica “economía agropecuaria” que se sustenta únicamente en el valor monetario.
De hecho muchas personas califican habitualmente este análisis como “romántico”, pues expresan que “hay que comer” y eso solo se logra con producciones “protegidas con agroquímicos”, lo que constituye un permanente conflicto de intereses que ha afectado muchísimo las demandas de la sociedad hacia el sector agropecuario.
Lo más negativo de este asunto social, económico y ambiental es que las decisiones, muchas veces desesperadas por la necesidad de incrementar la producción, generalmente se enfocan hacia el modelo productivista, el que sigue siendo ese viejo paradigma que se originó durante los años 50-60 del pasado siglo.
Ahora en el año 2011, a más de medio siglo de haber surgido dicho paradigma, cuando se requiere una agricultura que reduzca gastos energéticos, incremente la producción de alimentos, garantice la salud y se adapte al cambio climático, entre otras demandas, resulta errado que la sociedad, donde ha proliferado la cultura, la ciencia y la democracia, se mantenga “atada” a viejos enfoques tecnológicos agropecuarios, y se necesita reconocer que producir alimentos no es solamente cuestión tecnológica, sino también cultural, social y ambiental, pero además, tanto la producción como el consumo de alimentos constituye un acto ético.
En particular sobre productividad agropecuaria, calidad de alimentos, efectividad económica y energética, así como salud integral, hay muchísimas informaciones científicas y experiencias de agricultores que demuestran que una agricultura con enfoque de sostenibilidad (base agroecológica) puede transitar hacia sistemas agrícolas de nuevo tipo, los que estarán en mejores condiciones para solucionar la mayoría de los problemas que enfrenta el sector agropecuario en muchos países.
Precisamente, el conflicto de intereses ocurre porque la agricultura sostenible contribuye a la soberanía tecnológica y eso afecta a muchísimos intereses. Por ello se afirma que “jugar” con las tecnologías globalizadas ha sido uno de los principales errores de enfoque de la producción agropecuaria en América Latina, Asia y África. Precisamente en países de África, donde en los últimos años se ha implementado el modelo de la “Revolución Verde”, las incompatibilidades de estas tecnologías en los sistemas agrícolas se están expresando en diferentes dimensiones, algunas de ellas no muy evidentes o enmascaradas, pero que tienen impactos negativos en el orden económico, tecnológico, social y ambiental.
Para la mayoría de los agricultores en América Latina y el Caribe, donde los recursos económicos escasean, la asistencia técnica es limitada e inadecuada y los efectos del cambio climático son significativos, la introducción de estos “paquetes tecnológicos” no resulta compatible, lo que muchas veces se expresa en el tiempo, cuando la “tecnología de punta” introducida no se mantiene o comienza a manifestar deficiencias. Proliferan las mezclas tecnológicas en fincas de agricultores de medianos y bajos ingresos, en que los resultados productivos son bajos y el costo económico y energético es elevado.
En Cuba, por ejemplo, donde se ha avanzado notable y exitosamente hacia la producción agropecuaria sostenible en sistemas campesinos, en la agricultura de montaña y en la agricultura urbana, donde se evidencian avances paulatinos en la agricultura suburbana, entre otros resultados, resulta de alto riesgo la introducción de estos “paquetes tecnológicos” superintensivos, caracterizados por el uso de agroquímicos, la mecanización y las variedades transgénicas. Por supuesto, los efectos negativos de estos “polos tecnológicos” son mayores cuando dichas tecnologías son introducidas e implementadas íntegramente “de afuera”, con la misma percepción de los “espejitos de los colonizadores”.
En la época de la conquista, los espejitos vislumbraban a los nativos y se los cambiaban por diversos recursos naturales, pero no resolvían sus problemas fundamentales y lo que sucedió después es bastante conocido. Actualmente, las tecnologías llamadas de “punta” en la producción agropecuaria, vislumbran de igual forma, pero no son la solución del problema de la seguridad y soberanía alimentaria.
La documentación científica sobre este tema es profusa y suficientemente esclarecedora, los debates de especialistas y técnicos en diversos escenarios constituyen una valiosa argumentación y, lo más importante, la percepción de muchísimos agricultores es irrebatible.
Estas evidencias sugieren que se debe desaprender el enfoque tecnológico del productivismo, que ha colonizado a la producción agropecuaria en muchos países del Mundo a través de la globalización.
Lo antes expuesto, a manera de reflexión personal, es una sugerencia de que el nuevo paradigma en la producción agropecuaria es la soberanía tecnológica para el manejo sostenible de tierras; es decir, no transformar, sino adaptarse a los ecosistemas.
Más importante que aprender es desaprender (E. Punset)
* El autor es Investigador Titular, Ingeniero Agrónomo, Doctor en Ciencias, Instituto de Investigaciones de Sanidad Vegetal (INISAV).
La Habana. Cuba. CE: lvazquez@inisav.cu
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=127179
Esto ha contribuido a que se aceptara internacionalmente que la agricultura se realice mediante “paquetes tecnológicos”, los que han proliferado a escala internacional a través de empresas de maquinaria, agroquímicos y semillas, las que se han “replicado” en los diferentes países mediante normativas e instructivos de cultivos y crianza de animales, “adaptados” y “mejorados” para la agricultura local por investigadores, especialistas y funcionarios de entidades nacionales e internacionales.
El saldo social de este enfoque tecnológico es de tal magnitud que en los centros de enseñanza de diferentes niveles, incluyendo las universidades, en las entidades de servicio público (ministerios, institutos, etc.) y en la población en general, se ha generalizado la percepción de que la agricultura es únicamente cuestión tecnológica y que esta debe realizarse mediante el uso de maquinarias e insumos externos, sobre todo importados, para lograr incrementos productivos a través de la explotación intensiva del suelo en campos de grandes extensiones.
El éxito de este enfoque en la percepción social se expresa por el hecho de que ante las crisis internacionales de los últimos años (económica, energética, alimentaria, climática, valores y otras), generadas por la globalización de la economía, los decisores recurren con frecuencia a dicho modelo, sin analizar que precisamente es una de las causas de estas crisis y conduce al ciclo vicioso de las tecnologías que ha caracterizado a la producción agropecuaria en los últimos 60 años.
Sin embargo, se obvia o no se desea analizar y mucho menos informar a los estudiantes y el gran público, los errores cometidos con la explotación intensiva de las tierras, principalmente los efectos negativos debido a afectaciones del medio ambiente y la biodiversidad, a la salud integral de las personas, a la percepción de la población, los gastos excesivos de energía y la contribución al cambio climático, entre otros efectos degradativos de gran complejidad, también ampliamente documentados científicamente.
Incluso, muchas veces se menciona como política agraria el nuevo paradigma de la “agricultura sostenible”, se discursa sobre protección del medio ambiente y la biodiversidad y no se actúa en consecuencia, como lo demuestra el hecho de que aun más del 50% de los proyectos de investigación de las universidades y los centros científicos tributan a la agricultura intensiva, con mayor énfasis a la agricultura biotecnológica especializada para la agroindustria, que se sustenta en tecnologías que requieren de grandes extensiones de monocultivos.
Los eslabones más débiles y afectados en esta “cadena productiva” son los que están en los extremos: primero el agricultor y finalmente el consumidor. Ambos deben asumir costos de diversas características, que van mucho más allá de la clásica “economía agropecuaria” que se sustenta únicamente en el valor monetario.
De hecho muchas personas califican habitualmente este análisis como “romántico”, pues expresan que “hay que comer” y eso solo se logra con producciones “protegidas con agroquímicos”, lo que constituye un permanente conflicto de intereses que ha afectado muchísimo las demandas de la sociedad hacia el sector agropecuario.
Lo más negativo de este asunto social, económico y ambiental es que las decisiones, muchas veces desesperadas por la necesidad de incrementar la producción, generalmente se enfocan hacia el modelo productivista, el que sigue siendo ese viejo paradigma que se originó durante los años 50-60 del pasado siglo.
Ahora en el año 2011, a más de medio siglo de haber surgido dicho paradigma, cuando se requiere una agricultura que reduzca gastos energéticos, incremente la producción de alimentos, garantice la salud y se adapte al cambio climático, entre otras demandas, resulta errado que la sociedad, donde ha proliferado la cultura, la ciencia y la democracia, se mantenga “atada” a viejos enfoques tecnológicos agropecuarios, y se necesita reconocer que producir alimentos no es solamente cuestión tecnológica, sino también cultural, social y ambiental, pero además, tanto la producción como el consumo de alimentos constituye un acto ético.
En particular sobre productividad agropecuaria, calidad de alimentos, efectividad económica y energética, así como salud integral, hay muchísimas informaciones científicas y experiencias de agricultores que demuestran que una agricultura con enfoque de sostenibilidad (base agroecológica) puede transitar hacia sistemas agrícolas de nuevo tipo, los que estarán en mejores condiciones para solucionar la mayoría de los problemas que enfrenta el sector agropecuario en muchos países.
Precisamente, el conflicto de intereses ocurre porque la agricultura sostenible contribuye a la soberanía tecnológica y eso afecta a muchísimos intereses. Por ello se afirma que “jugar” con las tecnologías globalizadas ha sido uno de los principales errores de enfoque de la producción agropecuaria en América Latina, Asia y África. Precisamente en países de África, donde en los últimos años se ha implementado el modelo de la “Revolución Verde”, las incompatibilidades de estas tecnologías en los sistemas agrícolas se están expresando en diferentes dimensiones, algunas de ellas no muy evidentes o enmascaradas, pero que tienen impactos negativos en el orden económico, tecnológico, social y ambiental.
Para la mayoría de los agricultores en América Latina y el Caribe, donde los recursos económicos escasean, la asistencia técnica es limitada e inadecuada y los efectos del cambio climático son significativos, la introducción de estos “paquetes tecnológicos” no resulta compatible, lo que muchas veces se expresa en el tiempo, cuando la “tecnología de punta” introducida no se mantiene o comienza a manifestar deficiencias. Proliferan las mezclas tecnológicas en fincas de agricultores de medianos y bajos ingresos, en que los resultados productivos son bajos y el costo económico y energético es elevado.
En Cuba, por ejemplo, donde se ha avanzado notable y exitosamente hacia la producción agropecuaria sostenible en sistemas campesinos, en la agricultura de montaña y en la agricultura urbana, donde se evidencian avances paulatinos en la agricultura suburbana, entre otros resultados, resulta de alto riesgo la introducción de estos “paquetes tecnológicos” superintensivos, caracterizados por el uso de agroquímicos, la mecanización y las variedades transgénicas. Por supuesto, los efectos negativos de estos “polos tecnológicos” son mayores cuando dichas tecnologías son introducidas e implementadas íntegramente “de afuera”, con la misma percepción de los “espejitos de los colonizadores”.
En la época de la conquista, los espejitos vislumbraban a los nativos y se los cambiaban por diversos recursos naturales, pero no resolvían sus problemas fundamentales y lo que sucedió después es bastante conocido. Actualmente, las tecnologías llamadas de “punta” en la producción agropecuaria, vislumbran de igual forma, pero no son la solución del problema de la seguridad y soberanía alimentaria.
La documentación científica sobre este tema es profusa y suficientemente esclarecedora, los debates de especialistas y técnicos en diversos escenarios constituyen una valiosa argumentación y, lo más importante, la percepción de muchísimos agricultores es irrebatible.
Estas evidencias sugieren que se debe desaprender el enfoque tecnológico del productivismo, que ha colonizado a la producción agropecuaria en muchos países del Mundo a través de la globalización.
Lo antes expuesto, a manera de reflexión personal, es una sugerencia de que el nuevo paradigma en la producción agropecuaria es la soberanía tecnológica para el manejo sostenible de tierras; es decir, no transformar, sino adaptarse a los ecosistemas.
Más importante que aprender es desaprender (E. Punset)
* El autor es Investigador Titular, Ingeniero Agrónomo, Doctor en Ciencias, Instituto de Investigaciones de Sanidad Vegetal (INISAV).
La Habana. Cuba. CE: lvazquez@inisav.cu
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=127179
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