Viñeta de Kalvellido
Un pueblo informado es un pueblo irredento. Punto pelota.
Por eso el poder necesita controlar a los periodistas como si fueran soldados, por eso premia a muchos de ellos y los convierte en mediadores de sus falacias, en servidumbre, en soplones, en contrabandistas de letras.
La información, o mejor, la desinformación, es un narcótico eficaz que frena el instinto de rebelarse, lo pisotea llenándolo de contenidos vacíos de realidad.
En nuestros pesebres abundan palabras masticadas, elaboradas en laboratorios propagandísticos para que nos alimentemos de ellas y las digiramos dándolas por ciertas.
Porque un pueblo desinformado es un pueblo manipulado.
Un pueblo esclavo.
La desinformación es otra más de las estrategias de la bestia para convertirnos en gente que no se queja, en gente razonablemente contenta que se conforma con la miseria que le dejan.
Son millones los ejemplos.
Guerras con excusas inventadas, atentados diseñados por los amos y atribuidos a sus enemigos, masacres silenciadas, mentiras sobre armamentos, mentiras sobre personas subversivas, mentiras electorales, golpes de estado, hambrunas, enfermedades y así un largo etcétera donde el periodista, o más bien, el cronista del poder, utiliza su profesión para servir en bandeja la cabeza cortada de la humanidad.
Por eso es tan importante proteger a todo aquel que se dedica honradamente a este oficio, a todo aquel que se arriesga a dar información veraz, a todo aquel que ayuda con su palabra a desenmascarar a los que se amparan en la política para hacer del mundo una inmensa propiedad privada.
Por eso digo, es vital mantenerse firme en el desprecio hacia estos escribidores al dictado, es vital escuchar la verdad limpia de bala y paja.
Es vital escuchar esa verdad y hacer oídos sordos a los que tapan con sus embustes el crimen organizado de los estados.
Un pueblo informado es un pueblo irredento. Punto pelota.
Por eso el poder necesita controlar a los periodistas como si fueran soldados, por eso premia a muchos de ellos y los convierte en mediadores de sus falacias, en servidumbre, en soplones, en contrabandistas de letras.
La información, o mejor, la desinformación, es un narcótico eficaz que frena el instinto de rebelarse, lo pisotea llenándolo de contenidos vacíos de realidad.
En nuestros pesebres abundan palabras masticadas, elaboradas en laboratorios propagandísticos para que nos alimentemos de ellas y las digiramos dándolas por ciertas.
Porque un pueblo desinformado es un pueblo manipulado.
Un pueblo esclavo.
La desinformación es otra más de las estrategias de la bestia para convertirnos en gente que no se queja, en gente razonablemente contenta que se conforma con la miseria que le dejan.
Son millones los ejemplos.
Guerras con excusas inventadas, atentados diseñados por los amos y atribuidos a sus enemigos, masacres silenciadas, mentiras sobre armamentos, mentiras sobre personas subversivas, mentiras electorales, golpes de estado, hambrunas, enfermedades y así un largo etcétera donde el periodista, o más bien, el cronista del poder, utiliza su profesión para servir en bandeja la cabeza cortada de la humanidad.
Por eso es tan importante proteger a todo aquel que se dedica honradamente a este oficio, a todo aquel que se arriesga a dar información veraz, a todo aquel que ayuda con su palabra a desenmascarar a los que se amparan en la política para hacer del mundo una inmensa propiedad privada.
Por eso digo, es vital mantenerse firme en el desprecio hacia estos escribidores al dictado, es vital escuchar la verdad limpia de bala y paja.
Es vital escuchar esa verdad y hacer oídos sordos a los que tapan con sus embustes el crimen organizado de los estados.
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