Irónicamente, la especialización canadiense en los sectores forestal y de minería es el resultado de su economía de extracción y exportación de sus propios recursos naturales. Habiendo perfeccionado sus tecnologías, Canadá las utiliza ahora para oprimir a otros pueblos a pesar de la contaminación ambiental que causa y la falta de respeto por los derechos humanos de las poblaciones afectadas.
Richard RENSHAW
Un documental premiado en un festival internacional, -El Dorado, la sed de oro, fue estrenado en Montreal hace poco. En la carátula del DVD hay una foto de una mina combinado con una imagen de la ciudad de Toronto. Es acertado. La bolsa de valores de Toronto incorpora el 60% de todas las compañías mineras del mundo. El porqué es evidente: Toronto no impone condición alguna en las operaciones de las compañías mineras en el exterior de Canadá. Es más: el gobierno canadiense les apoya política y económicamente a pesar de la contaminación ambiental y las violaciones de los derechos humanos que causen.
La mayoría de los gobiernos del hemisferio del sur también apoyan las compañías mineras. Aunque las ganancias que fluyen hacia el gobierno sólo sean el 4%, son enormes. En muchos casos no pagan impuesto alguno, y no asumen la responsabilidad de limpiar ni rehabilitar los terrenos destrozados. Así, las operaciones mineras subvencionadas por inversionistas canadienses se han multiplicado en todo el mundo y constituyen una fuente enorme de riqueza para la economía canadiense. Esas operaciones son financiadas por fondos públicos y privados de jubilaciones, por fondos fiduciarios y por los bancos. En las últimas décadas, la prosperidad de Canadá se basa en gran parte en esas inversiones.
Probablemente, muchos tendrán todavía la imagen de que una mina que perfora la tierra en búsqueda de una vena rica de metal... Pero en realidad todas esas venas ya se agotaron. La industria minera se ha transformado radicalmente. La tecnología hoy día es distinta: se basa en la recuperación de cantidades proporcionalmente mínimas de metal a base de procesar cantidades ingentes de mineral, en un área muy extensa. Las minas de hoy en día son hoyos enormes, de cientos de metros de profundidad, y que devoran montañas enteras.
Así son las minas Pascua Lama en Chile, San Luis Potosí en México, y Marlin en Guatemala. En el caso de San Luis Potosí, la mina ya se comió la mitad de la montaña que es el símbolo del Estado del mismo nombre. Ubicada a sólo unos metros de la ciudad, los desechos de la mina están sobre la fuente de agua potable de la ciudad. En Cerro de Pasco, Perú, la expansión de la mina ha forzado varias veces la evacuación del centro de la ciudad. La mina iba comiéndoselo.
Las comunidades ubicadas cerca de las minas son bombardeadas por un ruido insoportable, incluyendo las explosiones de dinamita, y los caminos son destrozados por la maquinaria gigantesca que entra y sale de la mina.
Comerse las montañas, sin embargo, es sólo uno de los problemas. En la mayoría de las regiones mineras las comunidades siempre han practicado la agricultura de subsistencia. Es cierto que las minas ofrecen empleo, pero no lo hacen en gran número, y esos empleos tienden a durar, a lo máximo, una generación. Una mina normalmente no funciona más de 20 años. Los puestos de trabajo con buen sueldo requieren capacidades especializadas. La mayoría de los trabajadores vienen de las ciudades e incluso del exterior. Cerca de la mina y en las proximidades de las comunidades esos trabajadores establecen sus propios asentamientos y su propio estilo de vida, con sus necesidades urbanísticas. En algunos casos, la compañía provee entretenimiento los fines de semana haciendo llegar buses con prostitutas.
El aspecto más problemático de la industria minera hoy en día es, seguramente, la separación del metal. El cianuro es un elemento fundamental en esta nueva tecnología de minas a cielo abierto. Se usa para que los desechos floten, dejando el metal aparte y, en ese sentido, es un proceso eficaz. Sin embargo, el cianuro es tóxico, extremadamente tóxico. Si el cianuro entra en el sistema de agua, vastos terrenos agrícolas pueden quedar contaminados. Pruebas llevadas a cabo por la diócesis de San Marcos en Guatemala han demostrado que, pese a las declaraciones de Goldcorp, la compañía dueña de la mina Marlin, el río y las capas freáticas han sido ya contaminados con cianuro, y también con arsénico.
Muchas minas en América Latina se establecen en zonas con poca agua. A menudo la mina aprovecha la única fuente de agua: el río. Además, en algunos casos, esas aguas constituyen la fuente de agua potable para muchas comunidades humanas, incluso para grandes ciudades. Si esas fuentes son contaminadas, el riesgo para la salud de la población es enorme. En zonas tales como Sipacapa en Guatemala (donde está la mina Marlin), ya se han documentado problemas serios de salud, sobre todo entre los niños. Las compañías mineras contestan esas quejas diciendo que tienen nuevas tecnologías que reutilizan el agua para evitar la contaminación. Sin embargo, sigue pudiéndose constatar la filtración de tóxicos que salen de los desechos. Y lo que es peor: esa filtración puede continuar durante siglos. La gente tiene miedo de beber el agua del río o de sus pozos. Tienen miedo también de comer sus propios productos.
Perú y Chile están tan convencidos de la necesidad de promover la industria minera en sus territorios que hacen caso omiso de las prohibiciones constitucionales contra la actividad minera. La mina de Pascua Lama se encuentra entre Chile y Argentina, y destruye los glaciares, fuente importantísima para el agua potable del país. En Perú y en Ecuador se está programando actividades mineras para zonas de la Amazonía, con sus ecosistemas tan frágiles y sus densos mantos freáticos...
En todo el mundo, las comunidades indígenas afectadas por la industria minera se unen a otras organizaciones de la sociedad civil para oponerse a las prácticas mineras y para insistir en estándares internacionales de responsabilidad social. Han organizado manifestaciones multitudinarias, y han llevado a cabo consultas populares, para mostrar su oposición. En correspondencia, han sido acusados, por sus gobiernos centrales, de tomar en rehén a la nación, aunque más bien están defendiendo la salud y la economía de toda la región. En las comunidades ubicadas en zonas mineras, el peligro no es sólo para su subsistencia tradicional y su salud. Los líderes han sido llevados ante los tribunales, han sido acusados de terrorismo y hasta han sido asesinados. Sus vidas siguen en peligro.
Un paso importante se ha dado en septiembre del 2008, cuando organizaciones de toda América Latina se reunieron en Bogotá, Colombia. La declaración final de ese encuentro llama a una acción a nivel de todo el Continente contra las actividades mineras. Concluyó diciendo: -Llamamos a la más amplia unidad, que articule todas las resistencias contra la devastación de la gran minería, que incluya a los pueblos directamente afectados, a los intelectuales y escritores que denuncian estos impactos, los abogados -indígenas o no- que defienden a los pueblos, las instituciones de derechos humanos, los sindicatos con una defensa integral de derechos, los pequeños mineros según las particularidades de cada país, las ONGs de apoyo técnico que respetan la autonomía de nuestras organizaciones, los consumidores que cuestionan el consumismo suntuario de metales, y los medios de comunicación alternativos.
La lucha se extiende necesariamente también a los países de donde provienen esos conglomerados mineros. Durante años ya, en las asambleas de inversionistas ya han tenido lugar intentos de influenciar las políticas de las compañías. Pocas veces han ganado un apoyo mayoritario. Sin embargo, algunas proposiciones han podido ganar suficiente apoyo para que una compañía se vea forzada a cambiar sus planes o hasta abandonar un proyecto. Tal fue el caso de Talisman en el Sudán (África) o de Alcan en la India.
Otra estrategia ha sido concientizar al público para forzar al gobierno a que establezca una política sobre el funcionamiento de compañías en el exterior. Por lo menos esas compañías deben observar los mismos estándares impuestos en el país en el que están registradas.
En 2006 un proceso de Mesas Redondas fue establecido por el gobierno canadiense en respuesta a un informe de un comité parlamentario. Las mesas redondas incluían algunos funcionarios del gobierno junto con representantes de la industria minera misma y de las ONGs. Organizaron reuniones públicas en todo el país durante varios meses.
Al final han podido llegar a unas conclusiones consensuadas que propusieron estándares para la industria y la creación de una oficina de defensor del pueblo. Su informe, una vez presentado al Primer Ministro, murió en su oficina.
En 2007 un autor de Montreal publicó un libro titulado -Noir Canada (Canadá Negro). Es un estudio de las actividades de compañías canadienses, sobretodo en África. Entre ellas, Barrick Gold es la más grande compañía de oro de todo el mundo. Pascua Lama es uno de sus proyectos. A Barrick le molestó tanto el libro, que demandó a la minúscula editora, Ecosociété, exigiéndole 6 millones de dólares. Además amenazó con una demanda a cualquiera que sugiera que están llevando a cabo un «proceso estratégico contra la participación pública», un SLAPP en inglés, que es un proceso contra un individuo o grupo para silenciar toda oposición. En Canadá, tales procesos son todavía permitidos por la ley.
Irónicamente, la especialización canadiense en los sectores forestal y de minería es el resultado de su economía de extracción y exportación de sus propios recursos naturales. Habiendo perfeccionado sus tecnologías, Canadá las utiliza ahora para oprimir a otros pueblos a pesar de la contaminación ambiental que causa y la falta de respeto por los derechos humanos de las poblaciones afectadas.
Richard RENSHAW
Montreal, Qc, Canadá
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